lunes, 28 de noviembre de 2011

Adiós, hasta siempre


Una vida que termina para que otra dé comienzo
Una llama que se apaga porque no hay más leña
Una gota de pintura que escapa fuera del lienzo
Hacia un lugar con el que las demás solo sueñan

Un futuro incierto y misterioso, pero tuyo
Cierra una puerta y abre una ventana con rejas
Sangre tragada, antes que el orgullo
Un cuento que no parece tener moraleja

Una noche desvelado, mil noches en vela
Una luz que te ilumina y a la vez proyecta sombras
Una manta que da calor a un alma que se hiela
Sentir que la vida pasa y ya nada te asombra

Un vacío en tu interior que antes llenaba su sonrisa
Una calma y un silencio donde antes oías su voz
Un grito al cielo rogando que el tiempo pase deprisa
Una lágrima, seguida de un millón…


Un adiós, un hasta siempre
Mariposas muertas en tu vientre
Un corazón sigue pendiente
Mientras que otro ya no siente

Un hasta siempre, un adiós
Se apaga la llama que daba calor
Pero hay que tener valor…

Porque la vida es dura
Y nadie tiene la cura
Para este puto dolor…



Ryko

(Además de experiencia propia, también me ha inspirado un amigo, que está pasando por momentos difíciles ahora. Ánimo.)

viernes, 11 de marzo de 2011

Repite conmigo


Suena el despertador temprano, como cada mañana. La misma pereza de siempre me acompaña mientras me visto con mucha parsimonia y camino arrastrando los pies hasta el baño. Un espejo me muestra la cruda realidad de cada día: yo. Ahora, como siempre, toca asearse y dirigirse hacia la cocina para desayunar. Lo de siempre. Lo que hay. Cereales baratos del supermercado, leche comprada en paquetes de 6 para ahorrar, pan del día anterior para tostarlo…

Recojo mi mochila, cargada con lo mismo del día anterior, y voy directo a la parada del bus. El trayecto diario camino a la universidad, el recorrido habitual de calles aun sin poner, de farolas aun encendidas, de tiendas a medio abrir, de caras de sueño de gente que se hacen llamar “seres humanos”, pero a mi me parecen máquinas con toda una vida programada. Cuando acaba su programa, se desconectan, pero no pasa nada, porque cada día nacen máquinas nuevas con nuevos programas prácticamente idénticos a los anteriores, siguiendo los mismos patrones.

Cruzo las abarrotadas puertas de la universidad en dirección a mi aula, donde otro montón de máquinas esperan recibir su instrucción para una tarea que seguramente pocos realizarán en un futuro incierto y poco esperanzador. Pero claro, las máquinas están contentas, porque tienen esa ilusión de libertad. Todo el sistema se basa en eso, en la “libertad” de las personas que lo habitan. Si, en efecto una persona puede elegir si quiere trabajar para ganarse el alimento, o si quiere estudiar para tener una mínima opción de poder optar a una plaza en una competición por un puesto en un trabajo relacionado con algo que le guste, aunque el trabajo sea igual de duro que los otros. Esa es tu libertad, disfrútala.

En el trayecto de vuelta, puedo observar miles de vehículos de más máquinas que vuelven a su hogar con su familia, contaminando el lugar donde viven, para “disfrutar” de una comida en familia viendo la tele. Oh, la tele, la droga de las máquinas que habitan este planeta. 200 canales de televisión por cable, miles de horas de entretenimiento asegurado, suculenta programación sobre la vida de unas cuantas personas que al parecer son especiales porque todo el mundo las conoce, concursos donde “regalan” dinero, debates sobre política y sobre leyes que el gobierno no para de aprobar solo para ocultar la verdadera y cruda realidad: que les suda la polla el pueblo y todo lo que more en él, y que jamás saldrá de esta “crisis económica” que impide a las personas poder gastarse el sueldo en cosas que no necesitan, pero las quieren porque para eso están programadas.

Llego a mi casa. O bueno, más bien la casa de mis padres, porque en esta mierda de sistema para poder independizarte tienes que tener dinero, y para tener dinero tienes que tener trabajo, y para tener trabajo “tienes” que estudiar, y para pagarte los estudios necesitas el dinero de tu familia. Deliciosa comida para hacer menos duro el día. Y después de comer, vuelta a la parada del bus de nuevo en dirección a la universidad, preguntándome por qué no puedo tener una vida propia, por qué tengo que seguir unos pasos marcados y sólo poder ver a la gente que quiero durante mi tiempo “libre”. Esta vez el trayecto es distinto, hay menos gente en la calle porque todos ellos están disfrutando de la costumbre número uno española, la SIESTA. Algunos necesitan tan poco para olvidarse de todo…

Más insufribles horas de lecciones teóricas sobre una disciplina tan práctica, para salor escaldado de clase, y eso que estudio lo que me gusta...

A la vuelta, tras pasar un rato con mi novia, el único momento del día que no deseo que pase pronto, ceno en mi casa, exhausto del largo día que he tenido que pasar, deseando descansar un poco, pero no puedo. Después de comer, mientras uso la red social a la que toda España está enganchada para poder comunicarme con mis amigos a los que apenas veo, tengo que estudiar, y preparar las actividades propuestas para el día siguiente. Esperando con ansia el fin de semana, para poder disfrutar de más tiempo “libre” y por supuesto, aprovecharlo en dormir que es lo que más se necesita después de la semana…

Y mañana más, otro día como siempre, como todos. Este es el programa que llevo yo instalado, seguir ese patrón de comportamiento pensando solo y exclusivamente en el futuro que nadie me asegura, y que a juzgar por los acontecimientos del presente, no será demasiado prometedor.

“Ve al trabajo, paga tus impuestos, manda a tus hijos a la escuela, sigue la moda, compórtate con modales, ve tu televisión, ahorra para la vejez, obedece la ley, y repite conmigo: SOY LIBRE”

Ryko