viernes, 3 de diciembre de 2010

En vela...



-¿Estás bien?... Anoche te oí llorar…

- No lloraba… Es que me sangraba el alma…

La luz verde de un reloj despertador ilumina mi habitación, marcando las 2 de la madrugada. Estoy despierto… O eso creo, al menos es un sueño muy real. Solo hay una imagen en mi cabeza dando vueltas, y no para de repetirse, por más que me esfuerzo en pensar en otra cosa. Entonces veo un tenue destello verde, como un reflejo que delata un marco de cristal, brillando en la noche, como un faro que me recuerda siempre donde he de mirar cuando no encuentro el rumbo, cuando no se hacia donde dirigir mi vida…

Es su foto… “Te ríes de mi, ¿verdad?” pienso, mirando hacia arriba, dirigiéndome hacia alguien que no existe… Pero esperando respuesta. Ya desvelado, me levanto pensando que quizás un trago de agua y mirar un rato por la ventana me despeje la mente y me permita conciliar el sueño.

Vaya… Es peor el remedio que la enfermedad… La ciudad de noche es tan bonita… Lo único que pienso es en recorrerla de un lado a otro junto a ella, en recorrer cada rincón a su lado, en tener toda la urbe para nosotros solos, besarnos bajo cada farola fundida, caminar de la mano sobre cada baldosa partida, sentarnos a conversar sobre cada banco de madera astillada y lleno de firmas con permanente… Veo su ventana a lo lejos, y solo pienso en mirar la ciudad de noche y admirar su belleza… Junto a ella…

Maldita sea, así no hay manera… Iré al baño a echarme agua en la cara… Pero cuando llego, y la gélida agua del grifo lleno de cal me toca, cuando me seco con la toalla áspera que descansa sobre el toallero casi descolgado, cuando levanto la mirada al espejo y miro mi cara…

Joder, la veo… Es ella, en mi espejo… Bueno, más bien en mi mente, siempre en mi mente, siempre conmigo… Me froto los ojos y ya no está… Por dios, por favor… ¿Por qué?

Vuelvo a mi habitación cabizbajo, arrastrando los pies y muy lentamente, como si no quisiera llegar nunca. Y cuando entro, la pantalla del móvil iluminada con el salvapantallas… “Un mensaje…” pienso, y pierdo el culo por cogerlo y comprobar si es suyo, pero… Lo único que veo es el mensaje “batería cargada”, como puesto adrede para hacerme ver que a las 2 de la mañana, y precisamente hoy, y precisamente ella, no me va a mandar ningún mensaje…

Mierda… Me supera, esta situación me supera, es demasiado… Sentado en la cama, con una lámpara encendida sobre la mesita de noche, iluminado por la penumbra, acompañado por mis pensamientos, consolado por mis penas… Arropado por mis miedos… Lloro…

Es ella, es todo por ella… Porque ella es el Ying de mi Yang, porque ella es la pieza más grande de mi puzzle, porque ella es la luz que me hace ver el mundo más bonito y menos cruel… Porque regalaría gustoso el resto de mi vida por pasar un solo segundo más a su lado…

Y una lágrima me roza el labio… Hacía mucho tiempo que no probaba el sabor de una lágrima, y no recordaba cuán amargo se te puede hacer ese sabor salado que deja la tristeza…

Me meto de nuevo en la cama, tratando de no pensar más, tratando de olvidarme de todo a mi alrededor, y justo antes de dormirme, vuelve su imagen a mi mente…

La veo, la quiero… Y joder, como duele…




Ryko

(Bueno, otra entrada más al blog, espero que guste aunque no sea tan buena como la anterior)

viernes, 26 de febrero de 2010

La octava nota


Es mi sueño cada noche, y despertar es mi pesadilla…

Durante la noche, la mente, tras sumir al cuerpo en un letargo librándose así de su lastre, se dedica a crear… A imaginar, a pensar, a componer… Historias, melodías, poesías… Es lo que conocemos como “sueños”. No todos son agradables, los que no lo son se llaman “pesadillas”. Pero, si tu vida es una mierda, y tu sueño, sin ser agradable, es mejor que tu vida, ¿cómo lo distinguirías de una pesadilla? En mi caso, todas las noches sucede lo mismo, y todas las noches soy capaz de distinguirlos…

Todo comienza conmigo sentado al piano, pero no soy yo… Soy viejo, estoy cansado, estoy tocando un piano de cola blanco en una sala vacía alumbrada por el fuego de una chimenea. No estoy solo. Hay una mujer, una mujer cuyo rostro no puedo ver pero que amo con locura, eso si puedo saberlo.
Estoy tocando, una melodía preciosa, porque mi piano no es un piano corriente… Tiene una tecla más, una tecla roja, que activa un martillo que pulsa una cuerda que vibra dando lugar a una nota perfecta, una nota que no está en la escala musical… Es la octava nota, una nota que combina con las otras siete que, inútilmente, intentan ser como ella. Todos los acordes combinan a la perfección con esa nota y cada vez que esa nota suena, una calida sensación invade el cuerpo del pianista y el de su amada, que impaciente, espera que esa nota entre en su oído y recorra todo su cuerpo, inundando su alma de esa extraña sensación que algunos locos llaman “amor”…

Me emociono, me motiva esa sensación que la octava nota me hace sentir, empiezo a tocar una melodía más difícil… Comienzo lento, adagio, pero no me contento con eso… Toco mas notas, mas rápido, acelerando… No controlo mis fuerzas, la melodía se ha convertido en una especie de lucha, yo contra el piano, el piano contra mi… Uno de los dos dominara al otro, y no me veo dispuesto a rendirme, hasta que…
Pulso la tecla roja con demasiada fuerza, el martillo rompe la cuerda perfecta que vibra en el tono perfecto dando lugar a la nota perfecta…

Mi amada desaparece, el fuego de la chimenea se apaga, me veo solo en una oscura habitación ante un piano sin la nota perfecta…
Vuelvo la vista hacia donde instantes atrás mi amada me miraba… No hay nada… Me vuelvo de nuevo hacia el piano, triste, nostálgico, extrañándola… Extrañando a mi amada, y a la octava nota, sin la cual el pianista no puede volver a sentir eso que llaman “amor”…

Ahí sentado frente al piano, recordando, lloro… Y comienzo a pulsar las teclas donde mis lágrimas caen, componiendo la más triste y hermosa de las melodías.
Mi vida pasa ante mis ojos en crescendo

Pianissimo… Mi niñez, la etapa de inocencia, la edad mas pura en la que nada en el mundo importa, en la que nos sentimos omnipotentes, protegidos por un ángel de la guarda que llamamos mamá… En la que soñamos con tenerlo todo…

Piano… Mi adolescencia, etapa de descubrimiento, edad en la que nos hacemos a nosotros mismos, primer amor, primer dolor, primeras decepciones, primeras alegrías, de “ralladuras de cabeza”, de odio hacia tantas cosas… Descubrimos quienes somos, mientras soñamos con lo que queremos ser…

Mezzoforte… Mi juventud, época mucho más objetiva, nos preparamos para ser aquello que soñamos, maduramos y comenzamos a mirar hacia atrás y a recordar… Soñando con el amor para sentar la cabeza y convertir el futuro soñado en el presente vivido…

Forte… Mi edad adulta, soy lo que soy, he sido lo que he sido, y la mayoría de las veces no es lo que soñamos de pequeños… Ahora lucho para mantener a mi familia, a mis hijos, para que tengan la opción de elegir su futuro y no conformarse con lo que les toque, mirando continuamente atrás y culpándome por todo lo que pudo ser y no fue, recodando épocas mejores… Soñando con volver a ser niño…

Comienzo a volverme loco… Eso es algo que se nota, no obstante albergo dudas de si ya estaba loco antes y ahora solo me doy cuenta de ello, pues llaman “loco” a aquel que lo ha perdido todo menos la razón, y yo siento que estoy empezando a perder también la razón, que estoy dejando de pensar, que estoy dominado por un profundo sentimiento de tristeza y añoranza… Quizás eso implique recuperar la cordura…

Fortissimo… La quinta edad, soy un anciano que recuerda su vida, que mira hacia el pasado porque no le queda mucho futuro, que recuerda constantemente momentos con su familia, con sus amigos, con su amada…
Mi amada… Mientras golpeo ya con furia, exhausto, las teclas del piano, buscando la octava nota con la mezcla armoniosa de las otras 7, recuerdo todos los momentos que pasé con ella… Conocerla, conquistarla, besarla por primera vez… Exhalo mi último suspiro pensando en ella… Mi vida llega a su fin recordando que, tras besarla por primera vez, le hice una pregunta susurrándole al oído… “¿ME AMAS?

De repente, el corazón se me para al tiempo que deja de sonar la música…
Mi cuerpo inerte, sin vida, con los restos de un alma que llevaba horas muerta, se desploma sobre el teclado del piano y mi cabeza golpea varias teclas… Sin embargo, solo se escucha una nota en toda la habitación, resonando su eco en las paredes vacías, apagándose poco a poco junto con el alma del pianista… Una sola nota… La última…
SI”…




Después me despierto, entre gritos…
Y descubro que no hay un pianista viejo, en su lugar estoy yo, joven todavía… No hay habitación vacía y con chimenea, en su lugar está mi habitación sin chimenea y llena de trastos inútiles… No hay piano de cola blanco, en su lugar está mi teclado electrónico gris medio roto… Y mi amada no está, en su lugar…Bueno… Nada...
Justo ahí acaba el sueño cada noche y comienza la pesadilla.





Ryko

(Primera entrada en este blog, mas serio que el otro. Espero que os guste)